La luna se alzaba imponente sobre el territorio de los Blackwood, proyectando sombras alargadas entre los árboles del bosque. Lilith caminaba por el sendero que conducía a su cabaña, sintiendo una extraña inquietud que le erizaba la piel. Desde hacía días, una sensación persistente de ser observada la acompañaba a todas partes.
Se detuvo en seco, girando sobre sus talones para escudriñar la oscuridad. Nada. Solo el susurro del viento entre las hojas y el ocasional ulular de un búho. Pero su instinto, ese que había aprendido a no ignorar durante sus años lejos de la manada, le gritaba que algo no estaba bien.
—Muéstrate —ordenó con voz firme, dejando que su poder fluyera a través de ella como una corriente eléctrica—. Sé que estás ahí.
El silencio fue su única respuesta. Lilith respiró hondo, concentrándose en los aromas del bosque, buscando cualquier rastro que no perteneciera a ese lugar. Un leve olor metálico, casi imperceptible, llegó a sus fosas nasales. Sangre.
Con movimientos ca