La luna llena se alzaba majestuosa sobre el claro del bosque, bañando con su luz plateada los cuerpos de los lobos que se congregaban para la ceremonia. Lilith permanecía apartada, observando desde la distancia cómo la manada se preparaba para el ritual. Su vestido blanco de seda se mecía suavemente con la brisa nocturna, contrastando con su cabello negro que caía como una cascada sobre sus hombros desnudos.
Tres semanas. Habían pasado tres semanas desde que él partió hacia los territorios del norte para negociar un tratado de paz con las manadas rivales. Tres semanas en las que Lilith había intentado convencerse de que su ausencia era un alivio, una oportunidad para recuperar el control sobre sus emociones. Pero cada noche, su cuerpo la traicionaba, despertando empapada en sudor, con su nombre en los labios y un vacío doloroso entre las piernas.
—Pareces perdida en tus pensamientos —la voz de Maya, su única amiga en la manada, la sacó de su ensimismamiento.
—Solo estoy cansada —minti