El Gran Salón de la manada resplandecía bajo la luz de cientos de velas suspendidas en candelabros de cristal. Las paredes, adornadas con estandartes carmesí y dorados, reflejaban la solemnidad de la ocasión. Era la noche del Baile del Alfa, una tradición ancestral que se celebraba cada década, donde el líder de la manada debía elegir a su compañera para abrir el baile, un gesto simbólico que reafirmaba su elección ante todos.
Lilith se deslizó entre la multitud como una sombra, su vestido negro de seda contrastando con los colores vibrantes que lucían las demás lobas. Había dudado en asistir, pero algo dentro de ella —quizás orgullo, quizás curiosidad— la empujó a presentarse. Su cabello, recogido en un elaborado moño que dejaba caer algunos mechones sobre su cuello, acentuaba la palidez de su piel.
—No deberías estar aquí —susurró Elena, acercándose con una copa de vino en la mano—. Todos saben que elegirá a Cassandra esta noche.
Lilith esbozó una sonrisa enigmática.
—No he venido p