La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación, dibujando patrones dorados sobre las paredes. Lilith despertó lentamente, envuelta en las sábanas de seda que olían a él. Damián no estaba a su lado, pero podía escuchar el sonido del agua corriendo en el baño contiguo.
Se incorporó, frotándose los ojos mientras los recuerdos de la noche anterior inundaban su mente. No habían hecho el amor, pero habían dormido juntos, abrazados como si el pasado nunca hubiera existido. Era una tregua frágil, construida sobre confesiones a medias y sentimientos que ninguno se atrevía a nombrar completamente.
La puerta del baño se abrió y Damián apareció con solo una toalla envuelta en la cintura. Gotas de agua resbalaban por su torso desnudo, siguiendo el contorno de sus músculos definidos. Pero lo que captó la atención de Lilith no fue su físico imponente, sino las marcas que surcaban su piel.
Cicatrices. Algunas largas y finas, otras irregulares y profundas. Un mapa de batallas escrit