El amanecer se filtraba por los ventanales de la oficina principal de la manada, bañando con luz dorada los mapas y documentos esparcidos sobre la mesa de roble. Lilith observaba el horizonte, con la mirada perdida en las montañas que rodeaban el territorio. Había pasado la noche entera revisando estrategias, analizando puntos débiles en las defensas, y su mente, aunque exhausta, seguía trabajando a toda velocidad.
El sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos. No necesitó girarse para saber quién era; su aroma, intenso y familiar, inundó la habitación antes que sus pasos.
—Llevas toda la noche aquí —dijo Damián, el Alfa, acercándose con dos tazas de café humeante.
Lilith tomó una sin mirarlo directamente.
—Hay demasiados puntos vulnerables en la frontera este. Si los Blackwood quisieran atacar, lo harían por ahí.
Damián se apoyó en el borde de la mesa, estudiándola con esa mirada penetrante que parecía atravesarla.
—Precisamente por eso te necesito —declaró con voz gr