La luna menguante apenas iluminaba el sendero que Lilith recorría entre los árboles. Había decidido alejarse del territorio principal para aclarar sus pensamientos después de la última confrontación con Damián. El bosque nocturno la recibía con su sinfonía de sonidos: el crujir de las hojas bajo sus pies, el ulular distante de un búho, el susurro del viento entre las ramas. Respiró profundamente, dejando que el aroma a tierra húmeda y corteza llenara sus pulmones.
Algo no estaba bien.
Se detuvo en seco. Sus sentidos, ahora mucho más agudos que cuando era una simple omega, captaron una anomalía en el ambiente. Un olor extraño, territorial, agresivo. No pertenecía a la manada de Damián.
—Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí? —una voz grave emergió de entre las sombras—. Una loba solitaria en territorio disputado.
Lilith no se sobresaltó. Giró lentamente, enfrentando al hombre corpulento que salía de entre los árboles. Detrás de él, otros cinco lobos aparecieron, formando un semicírculo que l