El operativo se diseñó para ser rápido. Abrumador. Silencioso. Ocho hombres, todos con experiencia real, no de manual. Dos entradas sincronizadas. Vigilancia aérea mínima, apenas un ojo electrónico lo suficientemente alto como para no ser detectado y lo suficientemente cerca como para no perder detalle. Sin comunicaciones innecesarias. Sin margen de error.
Si Carlos estaba allí, no saldría caminando.
Esa era la premisa.
Pero los planes perfectos solo existen sobre el papel, y yo lo sabía mejor que nadie. Aun así, había algo en ese punto parpadeante que me daba una sensación incómoda, una especie de advertencia primitiva que se instalaba en la base del cráneo. Carlos siempre había sido así. Invisible cuando uno lo buscaba. Letal cuando bajaba la guardia.
El día que todo se puso en marcha, Isabella estaba extrañamente tranquila.
Demasiado.
La encontré sentada en la cocina, con una taza de café ya frío entre las manos, observándome con atención mientras yo me ajustaba el reloj y revisaba