La noche cayó como un telón espeso sobre la ciudad.
Desde su refugio, Sebastián miraba la pantalla con los ojos fijos, la mandíbula tensa. Renaud acababa de enviarle un archivo cifrado con prioridad roja. En la esquina del documento, un nombre familiar: **C. Santini**.
Durante segundos no respiró.
Abrió el archivo.
Dentro, registros bancarios, fotografías de vigilancia, una ficha médica firmada hacía solo tres meses en una clínica privada de Ginebra.
Carlos no solo estaba vivo… sino que había sido tratado por una herida de bala. La misma noche que Isabella lo creyó muerto.
El monitor proyectaba su rostro endurecido, iluminado por una luz azul.
—Maldito sea… —susurró.
Una voz se activó en el altavoz: Renaud.
—Confirmamos identidad. ADN coincidente al 99.7%.
Sebastián cerró los ojos. Su mente corrió en múltiples direcciones: ¿quién lo había salvado?, ¿quién pagaba su recuperación?, ¿por qué el nombre de Lazarus estaba vinculado a sus expedientes?
Abrió otro documento, una tabla de movim