Clara miró la imagen hasta que las formas se volvieron ruido. No había orden en esa provocación, solo intención. Un aviso que podía leerse como amenaza o como simple acto de control. Se levantó, guardó el teléfono y respiró hondo: la caza había cambiado de modo. Ya no eran solo ellos cazando respuestas. Ahora, también, alguien jugueteaba con su miedo para medir su límite.
Y en la distancia, Sebastián hacía lo mismo: convertía el miedo en red, trataba de transformar la amenaza en datos. Entre los dos, la verdad intentaba abrirse paso por una madeja de mentiras. Ambos sabían que la próxima decisión sería crucial. Y que, a partir de ahora, nada volvería a ser simple.
—Nos vemos en cero —escribió Clara, y apagó la luz.
***
La cafetería estaba casi vacía. Una melodía suave de jazz se colaba entre el murmullo de los pocos clientes. Martín Ríos la esperaba en una mesa junto a la ventana, impecable como siempre: traje gris claro, reloj dorado, una expresión medida que se movía entre el encant