El amanecer llegó sin piedad para Sebastian.
El cielo, teñido de un gris metálico, parecía reflejar el mismo vacío que se había abierto en el pecho de Sebastián desde que la vio marcharse.
Había querido seguirla, correr tras ella, abrazarla hasta quebrar el mundo si era necesario. Pero no lo hizo.
La promesa que le hizo antes de separarse pesaba más que cualquier deseo: *mantenerla con vida, aunque eso significara alejarse.*
El hotel en Manhattan se sentía distinto sin ella.
El aire estaba impregnado con un eco invisible, como si cada rincón aún guardara su presencia.
La cama seguía deshecha, el perfume de Isabella flotaba entre las sábanas, y el silencio era un recordatorio cruel de que esa habitación había sido el último refugio que compartieron.
Sebastián se sentó al borde de la cama, observando el lugar donde ella había dormido.
Podía verla todavía, con la cabeza apoyada sobre su pecho, respirando despacio, como si el tiempo se detuviera para protegerlos por un instante de todo lo