El aire en la habitación olía a refrigerado silencio. Me quedé unos segundos más de lo necesario inerte, con los ojos fijos en las ventanas altas que dejaban filtrar una luz tenue y tenue sombra. Aquella nueva identidad —mi nuevo nombre, mi nuevo rostro, mi nueva vida construida con prisa y sigilo— me presionaba por todos lados. Pero sobre todo: llevaba conmigo el peso de haber decidido seguir a Isa. A la mujer que había sido mi amiga de la infancia, mi amor callado, y ahora mi confidente en una venganza que consumía cada rincón de mi alma.
Desde el primer día que ella me habló de su hija muerta, de los culpables que eran su exesposo —Carlos— y su actual esposa, Bella Millán, supe que no habría retorno. Porque en su dolor encontré algo que me partió por dentro: la injusticia. Y decidí que estaría a su lado. Ahora, con nuevas identidades, con nombres que ya eran sombras, nos sentíamos como fantasmas entre el mundo que habíamos dejado atrás y el que aún no terminábamos de alcanzar.
Me le