Capítulo 32
La mansión de los Millán estaba bañada por una luz tenue, un resplandor dorado que se filtraba desde las lámparas de cristal y se reflejaba en las paredes revestidas de mármol. Afuera, la noche caía pesada, sofocante, como si supiera que algo oscuro estaba a punto de desatarse.

En el despacho principal, Omar Millán permanecía de pie frente a la chimenea, con las manos cruzadas a la espalda. El fuego crepitaba, lanzando destellos que iluminaban su rostro curtido y sus ojos fríos como el acero. Un vaso de whisky descansaba en la mesa baja, ignorado.

En su perfecto mundo había una mancha que lo perturbaba.

El nombre de la culpable estaba grabado en la mente de Omar como un hierro candente: Isabella.

—¿Estás segura? —preguntó sin apartar la vista de las llamas.

—No hay duda, señor —respondió Julio, su hombre de confianza, un veterano con cicatrices y la lealtad escrita en cada gesto—. Las cámaras de seguridad muestran a una mujer que coincide con su descripción saliendo del lugar. Y Sebast
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