De vuelta en el refugio improvisado, Isabella y Sebastián comenzaron a fortalecer sus defensas. Las noches sin dormir, la paranoia creciente y la necesidad constante de moverse habían marcado sus cuerpos, pero no su voluntad.
Isabella se miró en un espejo agrietado, viendo la sombra de una mujer que había cambiado para siempre. Su mirada era dura, pero también había una chispa de esperanza. Por Eva, no podía permitirse perder.
—Sebastián —dijo—. No podemos esperar a que ellos actúen primero. Debemos tomar la iniciativa.
Él la miró, consciente de la gravedad del momento.
—¿Qué propones?
Ella respiró hondo y comenzó a detallar un plan que los pondría en la línea de fuego, pero que también podía inclinar la balanza a su favor.
La guerra estaba en marcha. Y no habría marcha atrás.
***
El silencio de la madrugada fue roto por el susurro urgente de voces bajas, mapas desplegados y dedos señalando posiciones en una mesa improvisada. Isabella y Sebastián habían reunido a un pequeño grupo de a