La madrugada se colaba por las grietas del apartamento, dibujando franjas tenues sobre las paredes desconchadas. Isabella y Sebastián no dormían. La tensión en el aire era palpable, como una cuerda a punto de romperse.
Desde la pequeña cocina, Sebastián revisaba los mensajes en un teléfono con cifrado militar. Isabella observaba las sombras de la habitación, intentando leer en ellas alguna señal de calma que no llegaba.
—Hay movimientos —dijo Sebastián finalmente—. Hombres vestidos de civil, con armas pequeñas, están entrando y saliendo del edificio.
Isabella se levantó, acercándose a la ventana y apartando la cortina con cautela. A lo lejos, varias figuras caminaban con paso decidido hacia el edificio.
—No tenemos mucho tiempo —murmuró—.
Sebastián asintió y recogió las pocas cosas que habían empacado: documentos falsos, dinero en efectivo, armas compactas.
—Debemos movernos.
Antes de salir, Isabella se detuvo un instante, recordando la promesa que se había hecho a sí misma y a Eva.
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