Omar Millán encendió un puro, aunque las manos le temblaban. No podía permitirse mostrarlo. El patriarca del clan no conocía otra palabra que no fuera control.
—Quiero a esa mujer muerta. —Su voz retumbó en la sala de juntas, helada, sin un ápice de duda.
Los sicarios que lo rodeaban apenas asintieron.
Uno de ellos, un hombre con una cicatriz en el cuello, dio un paso al frente.
—Señor, hemos recibido información de que Isabella se esconde en la zona del puerto.
Omar apretó los dientes.
—Entonces quemen el puerto entero si hace falta.
Óscar lo interrumpió con brusquedad:
—¡Eso es lo que ella quiere! Que actuemos sin pensar. Esa mujer no es cualquiera, padre. Nos conoce, sabe cómo reaccionamos.
—¿Y qué propones? —Omar lo atravesó con la mirada.
—Dejar que se exponga. Si está tan confiada, pronto cometerá un error.
Omar sonrió con amargura.
—Tú hablas de paciencia, pero eres el primero que está contra las cuerdas. No olvides que tu voz está en esas grabaciones.
Óscar palideció, aunque no