Mientras tanto, en las sombras, Sebastián e Isabella se preparaban para lo que sería su última jugada. Sabían que la caída de los Millán no solo marcaría el final de una era de poder y corrupción, sino que también sentían que su propio destino se sellaba con la verdad.
Un grupo de hombres se acercó al almacén, liderado por un antiguo aliado de Sebastián. Las luces en la entrada se apagaron, y todo quedó en silencio. La calma antes de la tormenta. En segundos, un vehículo de lujo apareció frente a la puerta, y de él descendieron varias figuras de poder, conocidas solo por su reputación en los círculos más oscuros.
Era el momento. La hora en que todo se definiría.
Isabella miró a Sebastián, quien con un gesto firme le indicó que lo siguiente sería decisivo.
El último movimiento estaba por comenzar, y nadie, ni siquiera los Millán, podría anticipar lo que les esperaba.
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El eco de los pasos resonaba en el pasillo estrecho como un tambor de guerra. Isabella apenas podía respirar. El ase