Noe ahoga un grito y está a punto de patear en la entrepierna al que la sostenía apretujada contra la pared, cuando observa a su captor. Frunce el ceño y sus mejillas se ruborizan con la velocidad.
—¿Qué carajos te pasa, Medina? —escupe, todavía encarcelada entre la pared y Gaby.
— ¿Qué mierda haces acá? —gruñé.
—Lo que hace una persona cuando va al baño —su tono era un hilo de irritación, mezclado con cinismo.
—No me toques las pelotas, Alba, ¿qué haces en este club, y con Lina y los demás?
Gaby estaba enojada, furiosa. Al verla sentada en la mesa con esa camiseta gris ajustada a la curva de sus senos, le había hecho subir un calor repentino. Cuando sus ojos celestes se clavaron en los ojos oscuros de Gaby, a él, ya le fallaba la respiración. Se sintió cayendo en lo profundo de un tropical. Pero cuando Lina la tomó de la mano y la hizo levantar, esos pantalones, esos jodidos pantalones de cuero que era otra piel sobre su pequeño y redondeado culito y sus esbeltas piernas, lo había pu