—Señor Betanckurt —bromea Gaby.
—Señor Medina, señorita Alba —continúa Alex.
—Hola, Álex. ¿Cómo has estado? —se interesa Noe.
—Bien o lo mejor que se puede —contesta con sinceridad—. Pasan. Ambos pasan y el morocho recorre con la mirada el lugar, no encontrando lo que buscaba.
—¿Dónde está mi princesa? —pregunta curioso.
—En su habitación. Todavía no se dignó a bajar.
—¿Y eso por qué?
—No lo sé —contesta el padre de la niña—.Dijo que estaba viendo una serie y que le avisara cuando estuviera la cena.
—Y la dejaste, así como si nada —acusa Gaby—. Es una niña, Alex, debes exigirle que baje. No hay que dejar que se aísle —entona con enfado.
—Crees que puedes hacerlo mejor? —pregunta Alex—. Adelante —dice señalando hacia las escaleras.
—Por supuesto que sí —responde con suficiencia y cuadrando los hombros.
Gaby comienza a caminar hacia las escaleras con pasos firmes y decididos.
—¿Crees que la obligará a bajar? —curioso Noe.
—Claro que no —le contesta—. Gaby hace todo lo que ella le dice.