Las luces rojas y azules de la ambulancia iluminaban la escena con destellos angustiosos.
El sonido de la sirena cortaba el aire como un grito, mientras los paramédicos descendían con rapidez. En el suelo, Elen yacía inconsciente, su cuerpo inmóvil sobre el pavimento, con manchas de sangre en las piernas y el cabello enredado.
—¡Con cuidado! —ordenó uno de los paramédicos mientras la subían con urgencia a la camilla.
Sebastián sostenía su cabeza entre las manos. Su rostro, normalmente contenido, se desfiguraba con una expresión mezcla de horror y desesperación. Thomas, pálido como una sábana, se apresuró a subir con su hermana a la ambulancia, sin hacer preguntas. No había tiempo.
—¡Papá, vamos! —gritó.
Sebastián reaccionó, corriendo y subiéndose junto a ellos. Mientras las puertas se cerraban, un silencio denso los envolvió, solo interrumpido por el pitido constante del monitor cardíaco y los murmullos urgentes del equipo médico.
***
A pocos metros, Rodrigo y Melissa encontraban a su