Melissa llegó a la mansión como un torbellino de angustia, con el corazón palpitando de ansiedad.
Apenas cruzó el umbral, sus ojos buscaron con desesperación al hombre que tanto amaba y respetaba. Al encontrarlo allí, en el salón principal, sentado con los hombros encorvados y el rostro escondido entre las manos, no dudó un segundo en correr hacia él.
—¡Abuelo! —gritó, lanzándose a sus brazos con un nudo en la garganta—. ¿Qué pasa? Pensé que algo malo había sucedido…
Markus levantó la mirada con lentitud. Sus ojos, rojos e hinchados por las lágrimas, se posaron en el rostro de su nieta.
Una débil sonrisa se asomó en sus labios, pero en lugar de consolarla, aquella expresión solo la inquietó más.
—¿Abuelo… qué te pasa? —preguntó con voz temblorosa, al notar que las lágrimas no cesaban de caer por sus mejillas.
El anciano negó con la cabeza y apartó la vista. No podía decirle la verdad. No todavía. Aquello rompería su corazón, y no se sentía con la fuerza para ser el causante de tanto d