Ellyn temblaba. Sus manos frías se aferraban a los bordes del sofá, como si el mundo entero se le estuviera desmoronando bajo los pies.
La suite estaba casi en penumbras, con apenas un rayo de luz filtrándose entre las cortinas.
Sebastián, parado frente a ella, la observaba con el corazón oprimido. Su expresión era la de una niña rota, devastada por una verdad demasiado dolorosa.
—Ellyn… —murmuró con suavidad, dando un paso hacia ella—. ¿Estás bien?
Ella levantó la mirada, y sus ojos, enrojecidos por el llanto contenido, se llenaron de lágrimas. Negó lentamente con la cabeza, como si cada movimiento le costara el alma.
—Él mintió —susurró con la voz rota—. Lo hizo… sobornó a alguien, ¿verdad? Manipuló todo…
Sebastián frunció el ceño, dispuesto a ofrecerle ayuda, a prometerle justicia, pero ella lo interrumpió antes de que pudiera hablar.
—No… —dijo otra vez, negando de nuevo, esta vez con más fuerza, casi como un grito mudo desde las entrañas—. No es eso, Sebastián. Es peor. Mucho peo