Cuando Sebastián abrió los ojos, la luz grisácea del amanecer se filtraba por una rendija de las cortinas.
Sintió un calor extraño a su lado y, por un segundo, creyó que todo había sido una pesadilla.
Se aferró al deseo desesperado de que esa noche no hubiera pasado, que Melissa y su hija estuvieran a salvo, que todo volviera a la normalidad.
Pero el peso del cuerpo femenino sobre su pecho lo devolvió a la realidad.
Parpadeó confundido, aún borracho, y giró la cabeza. La mujer dormía profundamente, con el rostro en calma.
No era Ellyn. No era siquiera rubia natural. Su cabello, ligeramente, dejaba ver raíces oscuras. Su maquillaje estaba corrido. Su respiración era pesada. No era ella. No era nadie.
Una náusea le subió por el pecho.
—No… —susurró, sintiéndose un miserable.
Se levantó de la cama de golpe, como si quemara. El corazón le latía con fuerza descontrolada.
Su ropa estaba tirada por el suelo, el cuarto era una mezcla de desorden, alcohol y vergüenza.
La mujer abrió los ojos l