—¡Sebastián! —gritó Ellyn con la voz cortada por la furia y los ojos inflamados de decepción—. ¡Ella no me hizo nada! ¿Cómo te atreves a tratar a mi hermana de esa forma?
Melissa permanecía de pie unos pasos atrás, con los labios temblorosos y la mirada clavada en el suelo.
Su respiración era inestable, como si contener el llanto le robara el aliento. Pero aun así, se obligó a levantar el rostro y decir con una media sonrisa rota:
—No te preocupes, Ellyn… estoy acostumbrada.
Y sin decir más, dio media vuelta.
Caminó con prisa, conteniendo las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos, hasta que finalmente salió de la casa, huyendo como un animal herido.
Huyendo de una escena que ya había vivido demasiadas veces, de un amor que solo sabía romperla.
Cuando la puerta se cerró detrás de ella, el silencio quedó suspendido por unos segundos entre Ellyn y Sebastián.
Pero Ellyn no estaba dispuesta a callar.
Se giró, y lo miró con una mezcla de rabia, dolor y desprecio. El tipo de mirad