Sebastián salió de la habitación con el corazón encogido. No soportaba verla tan frágil, tan distante… y saber que no podía hacer nada para alcanzarla.
Aun así, se obligó a mantenerse firme, como si fingir que todo estaba bien bastara para sostener los pedazos rotos de su matrimonio.
Poco después, la doctora volvió a entrar con paso decidido, pero con una suavidad en la mirada que denotaba la gravedad del momento. Melissa seguía recostada, con los ojos vidriosos, aún abrumada por la presión de tantas emociones.
—Melissa —dijo con voz baja, sentándose a su lado—. Tienes diez semanas de embarazo, menos de tres meses y eso significa que el embarazo es más importante para que no haya ninguna perdida.
Melissa parpadeó, como si la realidad la hubiese abofeteado.
—Diez semanas… —murmuró, sintiendo que su estómago se hundía.
—Sí. Pero escúchame bien —agregó la doctora, con un tono firme—. Estás débil, y tu presión sigue inestable. Si no te cuidas… podrías perder al bebé.
El silencio que sigui