—Quiero estar sola… —murmuró Melissa, su voz apenas un susurro cargado de dolor.
Julián se acercó con cautela, como si aún tuviera esperanzas de consolarla.
—Pero, señora… yo… —exclamó Julián
—¡Te dije que me dejes sola! —gritó con un tono desgarrado, apretando los puños sobre las sábanas del hospital. Su rostro, pálido, se contrajo en una mueca de tristeza y rabia contenida.
Julián bajó la cabeza, fingiendo resignación.
Se volvió con lentitud, cerrando la puerta a su espalda con una expresión que pronto se tornó cruel. Una sonrisa torcida apareció en su rostro, como si acabara de asegurarse un triunfo.
—Maldita mujer tonta… —masculló en voz baja, caminando por el pasillo vacío—. Más le vale que no corra a rogarle a Sebastián… Si ni con esto ella le pide el divorcio, tendré que recurrir al plan B. Una viuda hereda todo, ¿no es así? Y si tiene al hijo del imbécil de Ocampo… aún mejor. Dos herencias, una esposa frágil, vulnerable… Será un premio exquisito. —Su sonrisa se amplió con una p