Cuando la fiesta terminó, con las luces apagándose una a una y la música desvaneciéndose como un suspiro largo, los recién casados emprendieron su viaje hacia la luna de miel.
Entre abrazos, risas y bendiciones, fueron despedidos por familiares y amigos con alegría y esperanza.
Melissa, sin embargo, guardó silencio sobre aquel instante incómodo, casi irreal, en el que Sebastián intentó detenerla antes de la ceremonia.
No se lo contó a nadie.
No valía la pena.
Él había sido una sombra del pasado, una historia inacabada que ya no tenía espacio en su alma. Rodrigo, en cambio, era su presente… y su futuro.
Su elección.
***
El avión los llevó hasta una isla paradisiaca, donde el mar acariciaba la orilla con un vaivén hipnótico y la brisa traía consigo el aroma salado de la libertad.
Al aterrizar, el cielo estaba teñido de rosa y ámbar.
Melissa descendió del avión con el corazón latiéndole fuerte dentro del pecho.
No era miedo, no exactamente. Era algo más profundo: vulnerabilidad, ilusión,