Al día siguiente.
Melissa despertó cuando el teléfono comenzó a vibrar sobre la mesita. No tenía ganas de hablar con nadie, pero al ver el nombre en pantalla —el abogado—, su corazón dio un vuelco.
Contestó con la voz entrecortada por el sueño y una ansiedad que no sabía bien de dónde venía.
—¿Sí?
La voz del abogado fue directa, como siempre, pero esa mañana traía algo más... una carga que presagiaba noticias importantes.
—Melissa, el señor Ocampo aceptó firmar el divorcio.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse.
Una especie de golpe seco, como un puño invisible, le cayó en el estómago.
El aire le faltó por un segundo y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no supo bien si eran de alivio o de tristeza.
Lo había deseado durante tanto tiempo... la libertad, el fin, el cierre. Y, sin embargo, dolía.
Dolía porque ese hombre, el mismo que tantas veces la ignoró, que la hizo sentir invisible, había sido también el hombre que amó con todo lo que tenía.
—Bien —respondió en voz baja, com