Clark esperaba en la puerta de la comisaría, esperaba que pronto Ellyn apareciera sana y salva.
El viento movía su abrigo oscuro mientras miraba hacia el interior, impaciente.
Finalmente, la vio salir, pero no era la misma mujer que él conocía. Tenía el rostro desencajado, ojeras profundas y los ojos inundados de una tristeza que parecía pesarle en los hombros.
—Me dijeron que te liberaron… —dijo él, dando un paso hacia ella—. ¿Qué está pasando, Ellyn?
Ella apenas lo miró. Tragó saliva con dificultad, como si hablar le costara un mundo.
—Yo… tengo que irme —murmuró, y sus labios temblaron.
Sin esperar más, apresuró el paso hacia su auto. Clark la siguió de inmediato.
En cuanto cerraron las puertas del vehículo, ella ya no pudo sostenerse más.
Se desplomó sobre el asiento del copiloto, cubriéndose el rostro con ambas manos. Un sollozo desgarrador escapó de su garganta.
—¡Ellyn! —exclamó él, preocupado, tomando el volante sin arrancar—. Por favor, dime qué ocurrió. ¿Qué está pasando?
Ell