—¡¿Qué has dicho?! —gritó la abuela Tina, con la voz quebrada.
Se levantó de golpe del banco del jardín, llevando una mano temblorosa al pecho.
Un dolor agudo le atravesó el alma. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no eran solo de tristeza, eran de decepción, de angustia.
El amor que sentía por su nieto se rompía lentamente frente a sus ojos.
Federico intentó acercarse para sostenerla, pero ella lo empujó con una fuerza que no parecía tener.
—¡¿Cómo pudiste, Federico?! ¿Dónde está Ellyn? ¡¿Qué le hiciste a mi niña?!
El abuelo apareció al escuchar los gritos.
Al ver a Tina tan alterada, corrió hacia ella con el rostro pálido.
—¿Qué sucede? ¿Qué pasa, Tina?
La abuela apenas podía hablar. Le temblaban los labios, la mirada perdida.
—¡Ellyn! —gritó, con la voz desgarrada—. ¡Federico la divorció! ¡Y ahora ha desaparecido! ¡Mi niña adorada! ¡Mi nieta!
—Ellyn no es ninguna víctima —interrumpió una voz seca, cargada de veneno.
Samantha apareció en su silla de ruedas, empujada por la enfer