Un momento después, él se movía de nuevo por la oficina, agarró la camisa del traje que había estado usando y sacó un pañuelo del bolsillo, el cual tomó para acercarse a ella y limpiarla delicadamente en la humedad que quedaba en sus piernas.
Carmen cerró los ojos con fuerza, sintiendo como el rostro se le calentaba al sentir las manos de Bastián con tal suavidad, recorriéndola mientras deslizaba el pañuelo por la piel de ella.
Con la respiración agitada, Carmen se levantó cuando lo sintió detenerse, notando que ahora Bastián acomodaba su camisa y sin decir palabra, la envolvía con la pieza, cubriéndola como si fuera una bata.
Luego, él se fue y abrió el cerrojo de la puerta de la oficina, para luego volver por ella, y sin previo aviso, haciendo que Carmen soltara un pequeño grito por el susto, la tomó entre sus brazos, cargándola como a una pequeña, para llevarla en brazos fuera de la oficina, hasta su habitación.
A la vista sorprendida de algunas empleadas, Carmen se acurrucó to