—Lucía, te quiero en mis brazos —susurró Noah mientras nos fundíamos en un abrazo.
Mi mente no callaba, las palabras en mi cabeza eran un torbellino. La sorpresa era una guillotina suspendida, pidiéndome a gritos que viera toda la historia desplegarse ante mí. Noah me había dicho que me amaba, pero yo aún no había decidido estar en sus brazos. Sin embargo, me sentía extasiada, como si la vida no pudiera tocarme, como si fuera invencible en ese instante suspendido.
Él me abrazó con tanta ternura que me sentí levitar. Sus palabras no eran solo sonidos, se materializaban, se volvían reales. Abrí los labios para decirle “te quiero”, pero me detuve. En lugar de eso, me incliné hacia su oído y le susurré:
—Déjame sostenerte… y mostrarte que aún vale la pena amar.
Mi voz brotó cargada de urgencia, de la necesidad de protegerlo. Noah acariciaba mi rostro, y sentirlo era como tratar de explicar el fuego en la piel o el hielo sobre los labios: imposible de traducir con palabras. Todos mis senti