—Lucía, te quiero en mis brazos —susurró Noah mientras nos fundíamos en un abrazo.Mi mente no callaba, las palabras en mi cabeza eran un torbellino. La sorpresa era una guillotina suspendida, pidiéndome a gritos que viera toda la historia desplegarse ante mí. Noah me había dicho que me amaba, pero yo aún no había decidido estar en sus brazos. Sin embargo, me sentía extasiada, como si la vida no pudiera tocarme, como si fuera invencible en ese instante suspendido.Él me abrazó con tanta ternura que me sentí levitar. Sus palabras no eran solo sonidos, se materializaban, se volvían reales. Abrí los labios para decirle “te quiero”, pero me detuve. En lugar de eso, me incliné hacia su oído y le susurré:—Déjame sostenerte… y mostrarte que aún vale la pena amar.Mi voz brotó cargada de urgencia, de la necesidad de protegerlo. Noah acariciaba mi rostro, y sentirlo era como tratar de explicar el fuego en la piel o el hielo sobre los labios: imposible de traducir con palabras. Todos mis senti
El alivio en los ojos de mi abuela al verme no tenía precio. Apenas crucé la puerta, corrió a abrazarme con fuerza. Mi abuelo también estaba presente, sereno, con su típica postura: las manos entrelazadas detrás de la espalda y esa mirada que siempre me transmitía una calma ancestral.Me sentí culpable. Culpable por haberles preocupado, especialmente a ella, que atravesaba un proceso tan doloroso. En ese instante comprendí realmente lo que significa: “No tomes decisiones con la rabia a flor de piel o con la felicidad inundando tus neuronas”, porque cuando la euforia se disipa, la realidad te grita al oído: “La has cagado”.—Siento muchísimo haberme comportado como una déspota inmadura —susurré, aún aferrada al pecho de mi abuela.—No digas nada más, mi amor. Lo importante es que estás aquí… y que este caballero te trajo de regreso a nosotros —respondió, alzando luego la mirada hacia Noah.—Gracias por cumplir tu palabra —añadió, con voz suave pero cargada de gratitud.—Una promesa es
Ahí estaba yo, esperando a Verónica para cumplir mi promesa suicida: ir a ver a Gabriel. El sonido de la corneta del coche anunció su llegada. Bajó el vidrio, revelando su rostro espectacular enmarcado por unos lentes de sol que contrastaban con su melena rojiza y brillante.—¡Sube, que desfallezco de hambre! —exclamó con su dramatismo habitual.No perdí tiempo y me acomodé en el asiento del copiloto. Yo también me moría de hambre.Verónica arrancó el coche y puso música suave. Antes, programó el GPS que nos llevaría directo a la casa de Gabriel.—Vaya, lo tienes todo planeado —comenté.—Querida amiga, Javier y yo hablamos cada segundo. Anoche me pasó la dirección. Quería venir por nosotras, pero le ahorré el viaje. Noah va a explotar si se entera de que te acompaño a ver a Gabriel… Pero bueno, que se aguante, primero fue sábado que domingo.—Ni lo digas, por favor. Yo quedo peor. Noah me prohibió acercarme a Gabriel.—Entiendo la postura de Noah. Gabriel le declaró la guerra abiertam
Me intimidaba verlo sin camisa. Los nervios me recorrían como una corriente incontrolable. Intenté desviar la mirada hacia cualquier otro punto, algo que disipara aquella sensación ardiente que me consumía… pero fue inútil.Mis ojos, atrapados en un trance involuntario, se negaban a apartarse de él. Gabriel sostenía al halcón con la misma solemnidad con la que un dios cargaría su emblema. En su pecho desnudo, una imagen me robó el aliento: un lobo pintado, sin pelaje, delineado en grises, parecía formar parte de su carne. No era sólo un tatuaje. Era como si esa criatura se hubiera fundido con su cuerpo, en una danza simbiótica y poderosa. Aquella dualidad entre hombre y bestia despertaba en mí una fascinación difícil de explicar.El lobo, con los ojos abiertos —del mismo color que los de Gabriel—, aullaba hacia una luna invisible. Aquella imagen, recostada sobre su torso, realzaba su atractivo de manera desquiciante. Si ya era imposible negar que Gabriel era un hombre hermoso, con ese
Todo se estaba saliendo de control. Laura no había ido sola: dos mujeres más la acompañaban, y todas parecían recién salidas de un ritual de venganza.—¡¿Esa pelirroja es tu nueva golfa?! —bramó Laura como una posesa, señalando a Verónica con los ojos inyectados de rabia.—No te debo ninguna explicación —le espetó Javier con el rostro endurecido—. Esta relación se quebró hace tiempo. Así que lárgate. No quiero verte ni un segundo más.—¡No me iré hasta sacarle los ojos a esa desgraciada roba novios!—¡Acércate, que yo no te temo, despechada! —le respondió Verónica desde más atrás, desafiante, sin vacilar.—¡¿Qué está sucediendo aquí?! ¡No permitiré escándalos frente a mi casa! ¡Se van inmediatamente o llamo a la policía! —intervino Nancy, alarmada al ver el espectáculo que se formaba en su jardín.—¡Usted debe ser la mamá del alcahuete de Gabriel! ¡Él es el culpable de que Javier me dejara! —Laura parecía poseída por una fuerza que la devoraba desde adentro.Giré hacia Gabriel. Él obs
3:40 p.m.Anastasia había permanecido en silencio casi todo el día. Matilde, atenta desde su rincón, la observaba con preocupación. No quería suponer que doña Amelia había empeorado, pero conocía bien esa quietud cargada de tormenta. Suspiró. Si algo sabía Matilde era reconocer el dolor de una mujer, incluso cuando se ocultaba bajo pretensiones y falsas sonrisas.—Ana… ¿Te tomas un café conmigo? —le propuso con dulzura.—Gracias, Matilde, pero aún no termino.—Has pulido esa mesa tres veces en lo que va del día. Más brillo no vas a sacarle —le respondió con una media sonrisa, mientras le tomaba la mano con firmeza y le quitaba el paño de limpieza—. Vamos, sé que lo necesitas.Anastasia no encontró una excusa convincente. Sin más defensa, aceptó la invitación de su amiga.Ya en uno de los cafetines de la empresa, Matilde la abordó sin rodeos.—Ahora sí, Ana… ¿qué te sucede? Esta mañana eras la viva imagen de una muerta en vida. ¿Está bien tu madre?—Está estable, gracias a Dios.—Ajá…
Nancy Argüelles.La visita de Lucía había sido como un huracán, arrasando con todo a su paso. En cuanto la muchacha cruzó el umbral, algo en su hogar se alteró. La energía de su hijo cambió de forma palpable. Nancy percibió la huella de Gabriel como un aroma inconfundible: deseo y necesidad entrelazados, tan intensos que casi podía oler las feromonas impregnándose en Lucía. Así de feroz era el magnetismo que su hijo irradiaba.Con un suspiro, Nancy se retiró a su pequeño santuario. Necesitaba meditar, limpiar su alma, buscar el equilibrio. No podía guiar a Gabriel si ella misma no encontraba la paz. Al llegar a su rincón sagrado, el silencio la envolvió con un peso antiguo. Cerró los ojos, pero en lugar de hallar calma, los recuerdos la asaltaron como espectros. El ciclo, ese ciclo maldito, volvía a acechar… ahora, a su hijo.Al tocar a Lucía, había sentido vestigios que le resultaban horriblemente familiares. Eran los mismos rastros que una vez marcaron su propio destino. Un nudo se
Tuve que hacer una excelente actuación para que Noah no notara mi estado ansioso; sonreír cuando me sentía rota no era fácil. Continuaba aturdida por lo sucedido horas atrás. Hablamos un largo rato mientras Verónica conducía de regreso a casa. En ese momento, la agenda ocupada de Noah jugaba a mi favor, ayudando a que no se enfocara demasiado en mi estado de ánimo.—El viernes pasaré por ti, es nuestro día especial… pero pienso agregar el sábado también. Cariño, más pronto de lo que supones se sumarán muchos más —me aseguraba con ternura. Su voz me hacía bien; no obstante, la culpabilidad no me abandonaba. Los labios de Gabriel irrumpían en mi mente sin ser invitados.—Un día a la vez… —murmuré.—Lucía, debo dejarte. Tengo una reunión con los programadores. Supongo que tendré que recompensarte por tanta ausencia.—Yo te entiendo, así que no hay problema. Desde un principio sabía en lo que me estaba metiendo.Noah soltó unas carcajadas al otro lado del auricular.—¡Parece que hablaras