Alejandra Marie Costa
Cierro la puerta de la habitación con suavidad, como si el mundo fuera a romperse si hago más ruido del necesario. Richard está de pie junto a la ventana, observando la oscuridad del exterior como si pudiera descifrar lo que se aproxima. No se gira cuando me oye entrar. Solo habla.
—¿Te dijo algo?
Asiento, aunque él no lo vea.
—Dice que es mi hermano.
—¿Y tú? ¿Le crees?
Sus palabras no llevan reproche ni sarcasmo. Solo una calma forzada que oculta lo evidente: le duele preguntarlo. Porque todo lo que signifique pesar para mí, también lo es para él.
—Una parte de mí sí —susurro—. No sé cómo explicarlo, Richard. No lo recuerdo… pero al escucharlo hablar, sentí algo. Como si mi cuerpo supiera antes que mi mente.
Él asiente despacio, pero no se gira todavía. Eso me duele. Lo conozco: está tratando de procesarlo sin romperse.
—¿Y Brayan…?
—Está destrozado —me adelanto—. Pero no mintió. Lo que hizo por mí fue real. No importa si lo sabía o no… él me salvó. Por eso est