Daniela Ruiz llegó a la casa Costa a las ocho de la mañana del viernes, cargando un maletín de cuero gastado que parecía contener el peso del mundo. Valeria y Enzo la esperaban en el comedor, con café que ninguno había tocado, la tensión de la noche anterior todavía flotando entre ellos como humo que no terminaba de disiparse.
Isabella bajó las escaleras cuando escuchó voces, su rostro pálido, ojeras marcadas bajo sus ojos. Se detuvo en el umbral, como si temiera entrar completamente a la habitación.
Daniela no perdió tiempo en preliminares. Abrió el maletín y esparció documentos sobre la mesa de roble: certificados, fotografías, recortes de periódicos amarillentos, registros médicos.
—Franco Moretti —comenzó, su voz profesional pero con un tono que Valeria reconoció como furia contenida—. Sesenta años. Médico forense convertido en criminal. Y oficialmente, muerto hace quince años.
Empujó hacia adelante un certificado de defunción fechado el 12 de agosto de 2009. Valeria lo tomó, leyen