El aeropuerto de Milán-Malpensa bullía de actividad cuando Valeria y Enzo descendieron del avión. Ella observó con disimulado interés cómo él se transformaba al pisar suelo italiano; su postura se volvía más erguida, su mandíbula más definida, como si el aire de su tierra natal le devolviera algo que había perdido.
—Benvenuti a Milano —murmuró él, colocando una mano en la parte baja de su espalda mientras caminaban hacia la salida.
El contacto envió una descarga eléctrica por la columna de Valeria. Tres horas de vuelo sentada junto a él habían sido una dulce tortura. Su perfume, la manera en que sus dedos rozaban ocasionalmente los suyos al pasarle una revista, la forma en que sus muslos se tocaban cuando el avión experimentaba turbulencias... todo había sido un preludio a algo que ella intentaba negar.