El silencio en la oficina de Enzo era casi tangible. Frente a él, desplegados sobre el escritorio de caoba, los documentos que Marco había conseguido formaban un mosaico de traición. Cada papel, cada fotografía, cada registro bancario era una pieza del rompecabezas que Alejandro había construido meticulosamente durante años.

Enzo pasó los dedos por el borde del documento más importante: la prueba irrefutable de que Alejandro había manipulado contratos, desviado fondos y saboteado proyectos clave de la empresa. La luz del atardecer que se filtraba por los ventanales proyectaba sombras alargadas sobre aquella evidencia, como si incluso el sol quisiera señalar la gravedad de lo descubierto.

—Es suficiente para hundirlo —murmuró Marco, de pie junto a la ventana—. Podríamos presentar esto mañana mismo y estaría acabado.

Enzo no respondió de inmed