La luz del atardecer se filtraba por las cortinas del apartamento de Valeria, proyectando sombras alargadas sobre el suelo. Sentada en el borde de la cama, contemplaba las dos fotografías que sostenía en sus manos. En una, Enzo la miraba con esa intensidad salvaje que siempre la hacía estremecer; en la otra, la sonrisa cálida de Alejandro irradiaba una seguridad que nunca había encontrado en otro hombre.
—¿Cómo llegué a esto? —murmuró para sí misma, dejando caer ambas fotos sobre la colcha.
El silencio del apartamento la envolvía como una presencia acusadora. Tres semanas habían pasado desde que su vida se convirtió en un campo minado emocional. Tres semanas dividida entre la pasión desenfrenada que Enzo despertaba en ella y la ternura constante que Alejandro le ofrecía.
Se levantó y caminó descalza hasta la ventana. La ciudad se extendía ante ella, indiferente a su tormento. Valeria Hidalgo, la mujer que había jurado nunca más entregar su corazón, ahora lo tení