El restaurante Cipriani brillaba con su elegancia característica. Las luces tenues creaban una atmósfera íntima mientras el sonido de copas entrechocando y conversaciones discretas flotaba en el ambiente. Valeria ajustó su vestido negro, una pieza que se adhería a sus curvas como una segunda piel, revelando lo suficiente para provocar sin resultar vulgar. Había elegido ese atuendo con deliberada intención: demostrar que podía jugar con fuego sin quemarse.

Alejandro la esperaba en una mesa apartada, su sonrisa desplegándose lentamente al verla aproximarse. Se levantó con ese aire de caballero antiguo que siempre había poseído, besando su mejilla con una familiaridad que rozaba lo inapropiado.

—Estás deslumbrante —susurró cerca de su oído, su aliento cálido provocando un escalofrío involuntario en Valeria.

—Y tú sigues siendo un adulador profesional —respondió ella, tomando asiento mientras el camarero se apresuraba a acomodar su silla.

La tensión entre amb