La aguja se deslizaba entre sus dedos con precisión milimétrica. Valeria respiró hondo mientras ajustaba los últimos detalles del bordado que decoraría el vestido principal de la colección. El atelier estaba sumido en un silencio productivo, solo interrumpido por el sonido de las máquinas de coser y el ocasional murmullo entre las costureras.
Tres días. Tres benditos días desde que regresó de Italia. Tres días en los que había logrado sumergirse en su trabajo como si nada más existiera. Como si no hubiera un italiano arrogante ocupando cada rincón de su mente cuando bajaba la guardia.
La llamada de Javier en Toscana había quedado sin responder. Valeria había apagado el teléfono aquella noche, y al día siguiente, ella y Enzo habían regresado a Madrid en un silencio cargado de palabras no dichas. Desde entonces, nada. Ni mensajes, ni llamadas, ni apariciones sorpresa.
Hasta ahora.
—Necesito más hilo dorado —murmuró para sí misma, levantándose para buscar en el armario de materiales.
Lucí