La aguja se deslizaba entre sus dedos con precisión milimétrica. Valeria respiró hondo mientras ajustaba los últimos detalles del bordado que decoraría el vestido principal de la colección. El atelier estaba sumido en un silencio productivo, solo interrumpido por el sonido de las máquinas de coser y el ocasional murmullo entre las costureras.
Tres días. Tres benditos días sin saber nada de Enzo Costa. Tres días en los que había logrado sumergirse en su trabajo como si nada más existiera. Como si no hubiera un italiano arrogante ocupando cada rincón de su mente cuando bajaba la guardia.
—Necesito más hilo dorado —murmuró para sí misma, levantándose para buscar en el armario de materiales.
Lucía, su asistente, levantó la vista de su mesa de trabajo.
—¿Quieres que vaya yo?
—No, tranquila. N