La villa toscana se alzaba como un espejismo entre los viñedos, con sus paredes de piedra caliza y sus tejas rojizas que parecían absorber el último aliento del atardecer. Valeria contempló la estructura desde la ventanilla del coche mientras Enzo conducía por el camino de grava. El cielo, antes despejado, ahora se teñía de un gris plomizo que amenazaba tormenta.
—¿Esta es la famosa villa que mencionaste? —preguntó ella, intentando que su voz sonara desinteresada a pesar de la evidente belleza del lugar.
Enzo asintió, con esa media sonrisa que ella había comenzado a reconocer como su marca personal.
—Villa Serenità. Ha pertenecido a la familia Costa durante generaciones.
Después del beso en el taller de encajes, habían necesitado espacio para pensar. O al menos eso se repetía Valeria. La realidad era que ese beso había cambiado algo fundamental entre ellos, y ninguno parecía saber cómo manejarlo. La propuesta de Enzo de pasar la noche en la villa familiar antes de regresar a Madrid hab