El silencio en la habitación del hotel era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Enzo permanecía de pie junto a la ventana, con la mirada fija en el horizonte de Madrid mientras el sol comenzaba a ocultarse. Sus dedos tamborileaban sobre el alféizar con un ritmo nervioso que delataba su estado mental.
Valeria lo observaba desde el sofá, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. La tensión entre ambos había alcanzado un punto crítico desde que Enzo había revelado su plan.
—Repíteme otra vez por qué tengo que ser yo quien se exponga —dijo ella, rompiendo el silencio con voz cortante.
Enzo se giró lentamente. Su rostro, normalmente impenetrable, mostraba signos de cansancio y preocupación.
—Porque el traidor no sospechará de ti. Cree que estás fuera de esto, que solo eres... —se detuvo, buscando las palabras adecuadas.
—¿Una distracción? ¿Un pasatiempo? —completó Valeria con amargura—. Dilo claramente, Enzo. Soy la carnada perfecta porque na