POV: Helena
El aire helado de Nápoles me golpeó el rostro, pero la boca del cañón que Dante sostenía apuntando a mi cabeza era mucho más fría.
—Señora Moretti —dijo Dante, su sonrisa desfigurada era repugnante. Su ojo sano brillaba con una lealtad pervertida. —Ha sido demasiado lista. Pero el juego termina aquí.
A mi lado, el Dr. Bianchi temblaba, susurrando oraciones. La confesión que acababa de gritarle al Consejo era nuestra única moneda de cambio, y Dante lo sabía. Él no estaba aquí para matarnos, sino para silenciarnos.
La única salida es el caos. Franco no puede moverse. Mis hijas están bajo custodia. No puedo permitir que este traidor me lleve con Serov.
Mi mente, entrenada para medir distancias y pesos, calculó: Dante era más grande, más fuerte, y estaba armado. Yo tenía el cuchillo de supervivencia de Franco escondido en la pretina del pantalón, y el rastreador en el bolsillo. Y tenía a Bianchi, un peso muerto, pero también una distracción.
—Dante, ¿por qué? —pregunté, forzan