POV: Helena
Mi corazón no solo latía; estallaba contra mis costillas, impulsado por la adrenalina y la sangre de Dante aún fresca en mis manos. Pero al ver la silueta emerger de la oscuridad del muelle, la adrenalina fue reemplazada por una niebla fría y paralizante.
La bufanda cayó.
—No es Dante. Ni mi suegro —murmuré para mí misma.
Era él. Gabriel.
El fantasma que creí ver morir en un tiroteo en una tundra helada, el hombre que mi tío Albert había jurado haber asesinado. El hombre que, en mi adolescencia, había sido mi primer amor y mi primera gran traición, al trabajar para el hombre que destrozó a mi familia.
Sus ojos, esos ojos azul glacial que una vez me habían derretido, me miraron sin una pizca de reconocimiento o piedad. Estaban fríos, utilitarios, centrados en el negocio.
Serov estaba al pie de la pasarela de su yate, el Vindicta, con Vera a su lado. La imagen era una composición perfecta de mis peores enemigos, unidos por un lazo de perfidia.
—Te estábamos esperando, Gabri