POV: Franco
El golpe de martillo no fue físico, sino legal. La voz del Juez Supremo, el anciano Moretti, resonó en la cripta ancestral, una sentencia que apuñalaba mi autoridad:
—Lo ponemos bajo custodia, hasta que se demuestre la paternidad de sus dos hijas.
El aire se congeló. Mis ojos no dejaron al Juez, pero mi mente ya había calculado la trayectoria de cada hombre en la sala. Doce Consejeros, armados solo con su antigüedad y la Ley Antigua. Pero eran suficientes. La Cripta era su territorio.
Custodia. Control. Me han cortado las manos en el momento exacto en que Serov quería que dudara. Esto no es justicia; es una toma de poder planificada. Mi debilidad, mi duda sobre Elisa, es su arma.
Mi padre intentó intervenir, dando un paso adelante. —Juez, esto es una locura. Franco acaba de recuperar a la segunda Esmeralda y...
—Silencio, Don Moretti —cortó el Juez, su rostro severo. —Dante ha entregado pruebas verificables: el testimonio del Dr. Bianchi, los registros de la doble sedación