La mirada de nuestra vecina no era la que me esperaba, una de total indignación o reproche, estaba sonriéndole a John y él a ella.
─Emmy, el profesor me ha dicho que gusta de ti ─confesó ─, es un buen partido, hija, no te preocupes por mí. Soy una tumba.
─No me fío mucho de usted, le dijo a mi madre que me vio bajar del coche de mi profesor ─recordé.
─No, hija, yo sería incapaz ─aclaró ─, no después de todo lo que el joven ha hecho por mí durante la ultimas noches.
Fruncí el ceño y me volví rígida hacia mi profesor.
─Bueno, cielo, no te dije nada porque no es de caballeros alardear sobre sus hazañas con el prójimo. Resulta que le tomo la presión a la señora Theresa todas las noches, y también cenamos juntos cuando tú no puedes acompañarme.
Hundí los hombros y resoplé, enjugué mi cara entre mis manos y por último miré al par de cómplices frente a mí.
─He creído que las cosas se me salían de las manos. Perdóneme señora Theresa, no sabía que usted y John era buenos amigos.
─Ya lo sabes, h