Capítulo 56. Imposible perdonar
La tarde caía lenta sobre la ciudad, con ese tono gastado que tienen los días después de una tormenta. Leiah llegó al café sin prisa y sin propósito, con un abrigo liviano sobre los hombros y el pelo recogido en un moño imperfecto que dejaba su nuca expuesta al frío. Había elegido una mesa junto al ventanal porque necesitaba ver gente pasar; no para sentir compañía, sino para comprobar que el mundo, con su absurdo empeño, seguía en movimiento.
Eva entró dos minutos después, con bufanda negra y ojos cansados. Traía, además, ese gesto pequeño—casi invisible—de quien ha llorado hace poco y decidió maquillarse encima. Al verla, Leiah intentó sonreír. No pudo. Eva tampoco.
Se abrazaron sin palabras, un abrazo corto, torpe, pero real. Luego se sentaron.
—Pido algo —dijo Eva, como si fuera una respuesta a todo lo que no sabían decir—. ¿Café?
—Lo que sea —murmuró Leiah—. Mientras esté caliente.
Pidieron dos capuchinos y una rebanada de pastel de almendra que ninguna planeaba terminar. El murm