Capítulo 59.
Salí de mi habitación con el corazón latiendo como si quisiera avisar a todo el castillo de mi pequeño escape.
Empujé la puerta con el mayor cuidado posible, dejando solo una rendija para colarme, y escuché unos segundos antes de dar el primer paso.
El pasillo estaba en silencio, salvo por el crujir lejano de la madera y el suave golpeteo de las botas de los guardias en la ronda nocturna.
Avancé descalza, con el cuerpo pegado a las paredes, siguiendo las sombras que las antorchas proyectaban en los tapices.
En cada cruce me detenía, contaba los segundos entre las pisadas, y me deslizaba de nuevo como si el aire mismo pudiera delatarme.
El castillo nunca me había parecido tan enorme ni tan despiadadamente ruidoso: cada chirrido de una bisagra, cada respiración se sentía amplificada.
Llegué a la escalera que descendía hacia la mazmorra y, antes de bajar, tomé una antorcha de la pared.
La llama crepitó en cuanto la levanté, iluminando mi rostro y el polvo que flotaba en el