Livia acababa de salir de la ducha.
Estaba tumbada en el sofá; la televisión estaba encendida, pero sus ojos permanecían fijos en el teléfono.
Ni un solo mensaje sobre a qué hora volvería el joven maestro Damian.
Al final, decidió retirarse a su habitación.
Aquella tarde había estado bastante ocupada: se pasó horas navegando por los resultados de búsqueda, cazando fragmentos del famoso programa de historias de amor.
‘¿Por qué me entero de esto recién ahora? Valiente reportera, ¿quién eres? ¡Seamos amigas!’ pensó divertida.
De repente, su teléfono sonó. Miró la pantalla y dio un salto.
Era una llamada de David.
‘¡Ahhh, David! ¡Lo extrañaba tanto!’ pensó.
—¿Así que le dijiste a Jen eso? ¿Que la ves como a una hermana pequeña? —dijo Livia, imaginando la frustración de Jenny, sobre todo porque tenía que lidiar con David todos los días—. ¿Y Jenny está de acuerdo con eso?
Ni de broma. Seguramente Jenny estaba mordiéndose las uñas y llorando.
Era raro ese jueguito de fingir ser hermanos…
—A