El tiempo parecía haberse rebobinado, el sol brillando intensamente una vez más. En un día tan despejado como aquel, el cielo de la mañana ya lucía de un azul radiante.
Normalmente, a esa hora, el matrimonio ya habría salido de su habitación para disfrutar del desayuno juntos. Pero hoy era distinto. El sol se acercaba al mediodía y la puerta de su dormitorio seguía cerrada.
Damian salió del vestidor con una toalla en la mano, secándose el cabello. Su humor parecía inusualmente bueno: una leve sonrisa curvaba sus labios. Hoy vestía ropa casual, nada de los trajes impecables que solían ceñirse a su cuerpo perfectamente esculpido.
—Vaya... ¿todavía no te has movido de la cama, eh? —murmuró suavemente, al ver a Livia escondida bajo la manta, apenas dejando ver un mechón de su cabello. Ella seguía profundamente dormida.
Arrojó la toalla sobre la mesa y se dejó caer pesadamente en la cama a su lado. El colchón rebotó con fuerza, pero Livia apenas se movió y ni siquiera abrió los ojos.
—¿Tod