4

Livia regresó al salón de fiestas.

El ambiente seguía animado, con cantantes famosos turnándose en el escenario. Las risas y la música resonaban en aquel espacio majestuoso, pero el corazón de Livia se volvía más pesado con cada paso.

Volvió al lado de Damian—su esposo ahora—y lo encontró conversando ya con otra mujer.

La mujer era deslumbrante. Elegante. Evidentemente pertenecía a una familia rica y poderosa.

—Felicitaciones por convertirte en la esposa de un gran hombre como el hermano Damian —dijo la mujer con una dulce sonrisa.

Lo había llamado “hermano”. Aquella familiaridad… significaba que eran cercanos. Demasiado cercanos.

—Gracias, señorita —respondió Livia con una sonrisa ensayada y elegante, como si realmente agradeciera estar casada con el hombre que estaba a su lado.

—Llámame Clarissa —dijo la mujer con ligereza.

—Está bien, señorita Clarissa —contestó Livia, aún sonriendo.

Clarissa ignoró el matiz de distancia en el tono de Livia. En cambio, se inclinó hacia Damian, aferrándose de su brazo con naturalidad, como si le perteneciera por derecho.

—Hermano, ¿te quedarás para el resto de la fiesta? —preguntó coqueta, ignorando por completo la presencia de la esposa de Damian.

—Como siempre, te ves tan apuesto esta noche.

—Suéltame —espetó Damian, con un tono seco y frío.

La mano de Clarissa cayó de inmediato, su sonrisa tambaleándose. Ese tono… jamás lo había usado con ella. ¿Era por Livia? ¿Acaso le importaba en realidad aquella chica con la que se había casado? No. Imposible.

Clarissa apretó los puños. Ella sabía muy bien de quién había estado enamorado Damian.

Sin decir más, Damian se giró y se marchó, dejándolas a las dos allí plantadas. Algunos invitados lo saludaron con reverencias respetuosas a su paso, antes de que desapareciera en el salón VVIP, rodeado de hombres poderosos.

Livia apretó los puños en silencio a su costado.

‘Maldito seas, Damian. ¿Me llamaste para volver aquí solo para dejarme otra vez? Habría preferido quedarme en el jardín con David.’

—¿De verdad crees que Damian se casó contigo porque te ama? —preguntó Clarissa, su voz tornándose gélida de repente. La dulzura se había desvanecido, y su mirada era tan afilada que parecía cortar.

Livia no parpadeó.

—Señorita Clarissa, debería preguntarle a mi esposo por qué me eligió a mí.

—No eres nadie. No sueñes con ganarte su corazón.

Livia inhaló profundamente para contener su fastidio. ‘¿Cuál es su problema? ¿Por qué maldecirme así de la nada?’

—Al menos él eligió casarse conmigo, y ahora soy su esposa —respondió con voz melosa, los labios curvados en una sonrisa perfecta.

Por dentro, sintió náuseas. ‘Uf. Eso sonó más presumido de lo que quería.’

El rostro de Clarissa se crispó de furia.

—¿Acaso sabes a quién ama? ¿Con quién se ha acostado?

—No lo sé —contestó Livia con calma—. Pero a partir de esta noche, soy yo quien comparte su cama.

La cara de Clarissa se tornó escarlata.

—¡Tú…!

—No sé qué tipo de relación tuvo con mi esposo antes, señorita Clarissa —lo cortó Livia con voz firme—, pero le pido que no me moleste en el futuro.

—¿Crees que has ganado, verdad?

Clarissa se marchó hecha una furia, murmurando maldiciones entre dientes, con la mirada afilada de odio.

Livia la observó alejarse, los hombros erguidos y la mandíbula tensa.

Tenía que aparentar fortaleza. Si bajaba la guardia una sola vez, personas como Clarissa la destrozarían. Casarse con Damian Alexander ya le había arrebatado el orgullo. No permitiría que le quitaran nada más.

La noche transcurrió y la fiesta fue llegando a su fin.

—Lleva a la señorita a casa —ordenó Damian a uno de sus conductores, antes de marcharse en otro coche con el asistente Brown al volante.

Livia permaneció en las escaleras, observando cómo el auto de su esposo se alejaba. Se mordió el labio inferior, con las manos hechas puños.

Era justo lo que esperaba.

La boda había terminado.

Y ahora comenzaba la verdadera vida de casados—un abismo dispuesto a tragarla entera si daba un solo paso en falso.

—La llevaré a casa, señorita —dijo el chofer al abrirle la puerta.

—Gracias. Perdón por la molestia —respondió Livia con cortesía al subir.

El conductor la miró sorprendido por el retrovisor. Ninguna mujer cercana a Damian le había hablado jamás con tanta educación.

Alcanzó a ver su reflejo—lágrimas deslizándose silenciosas por sus mejillas.

El coche atravesó finalmente una imponente reja de hierro y entró en una vasta propiedad.

Livia miró por la ventanilla. El jardín estaba bellamente iluminado, pero a ella le parecía una jaula dorada. Vio guardias apostados en silencio, vigilando. En cuanto cruzó la entrada, había perdido su libertad.

Una criada la recibió en la entrada. No había rastro de la madre ni de las hermanas de Damian. O bien se habían marchado, o seguían la fiesta en otro lugar—igual que él.

—Bienvenida, señorita. Felicitaciones por su boda —dijo la sirvienta, inclinándose.

Livia forzó una sonrisa.

‘Por favor, no me llames así. Solo soy la chica entregada a cambio de una deuda. Ustedes probablemente tienen más honor que yo.’

—Debe estar cansada. La acompañaré a su habitación.

Un hombre los condujo por la majestuosa escalera. Livia lo siguió en silencio, aturdida.

Se detuvieron frente a una doble puerta.

—Por favor, pase. Esta es su habitación—y la del joven amo.

Livia vaciló. ¿No podía dormir en otro lado? En cualquier otro lugar, menos allí.

—Por favor, señorita.

—…Está bien.

Entró. La habitación era tan lujosa como se había imaginado—elegante y fría.

—Si necesita el baño, está por esa puerta. Y aquí tiene su vestidor. Su ropa ya está acomodada.

Livia parpadeó.

‘¿Qué? Mi maleta sigue abajo…’

—El baño también conecta por dentro. Descanse. Me retiro.

—Gracias —respondió de manera automática.

—No es necesario agradecerme, señorita.

Tras la partida del sirviente, Livia se dejó caer en el sofá, exhausta. Inspiró hondo.

No era un sueño. Realmente había caído en un pozo sin fondo.

Solo esperaba que no hubiese cocodrilos esperando adentro.

Tras un largo silencio, se levantó y se acercó al vestidor.

‘¿Esto es… una boutique?’ pensó, incrédula.

El suyo y el de Damian estaban separados, ambos perfectamente ordenados. Cada prenda era nueva.

Sacó un conjunto de ropa de dormir y se dirigió al baño para cambiarse. Cuando regresó, tomó una manta y una almohada, y se acomodó en el enorme sofá.

Esa sería su cama por esta noche.

No tardó en quedarse dormida.

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